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Consejos para reventar la cena de Navidad de empresa

Consejos para reventar la cena de Navidad de empresa

Entre las múltiples tradiciones navideñas que tanto nos desagradan (no sea usted cínico y reconózcalo de una vez) hay una relativamente nueva que, desde hace algunos años, ha cobrado un protagonismo asombroso: la comida de empresa. Tal reunión se ha convertido en el pistoletazo de salida de las demás tradicionales celebraciones, ya que se produce días antes de Nochebuena. Y si ya son molestos, de por sí, los compromisos familiares en estas fechas, la falsa camaradería que a menudo reina en las comidas de empresa resulta exasperante. Eso y que, además, hay que emborracharse sin desearlo, para quedar bien.
A continuación le daremos las instrucciones adecuadas para que, por fin, pueda Ud. quedarse realmente satisfecho después de una reunión como ésta.
En primer lugar, llegue tarde y, sin ofrecer dispulpas, sitúese directamente en la misma mesa que los compañeros que más odie (nunca se sabe por qué, pero siempre se sientan juntos y suelen quedar plazas libres). Intégrese rápidamente. Granjéese su confianza criticando también a los que ellos estén poniendo verdes (incluidos los propios amigos de Ud. mismo). Ría sus gracias. Sírvase vino hasta el mismo borde de la copa sin ofrecer a los demás comensales, tal ordinariez será muy celebrada por las mesas más próximas. Discretamente, elija a su víctima y, al abalanzarse sobre el plato de jamón del centro, derrame sobre ella la copa con su barriga. Escúrrase la corbata con ambas manos sobre la copa vacía, tratando de recuperar parte del vino, como si fuese de excelente cosecha. Aproveche la confusión para, de paso, comerse todo el jamón que pueda y guardarse el resto en los bolsillos. Meta también alguna pinza de buey de mar en el bolsillo de la estilográfica, le será útil más tarde. Suponiendo (no suele ser habitual) que el vino sea realmente de buena marca, sírvase otro poco y pida gaseosa a grandes voces. ¿Todavía no ha eructado? Bien hecho, eso es privativo de los postres, junto al uso del palillo de dientes.
Cuando lleguen las consabidas ostras (a las cuales, injustamente, se las culpa de la diarrea del día después) encienda el primer cigarro. Tal detalle de mal gusto sólo lo superará echando el humo sobre el langostino que pela el compañero de su derecha. Cuente las ostras en voz alta, luego a los comensales. Si la división no sale exacta, cómase las sobrantes y añada: "¡Tocamos a una por barba!". Repártalas con la misma mano con la que sujeta el cigarro, sorba la suya y aproveche para apagar la colilla en la concha. Ríase con la ostra en la boca, no importa que se le caiga sobre la falda empinada del delegado de Escocia.
Cuando el camarero le solicite el segundo plato, sálgase del menú estipulado y, después de que todos sus compañeros hayan elegido bistec o mero, dígale que es diabético o que está a régimen. Cuando los demás le pregunten que por qué se comió una semana antes medio cordero asado, asegure que le puso sacarina. No pida nada, pues su aparente ayuno le elevará al estatus de "hombre de empresa", siempre velando por su economía. No se preocupe por quedarse con hambre, recuerde que, con los bolsillos llenos de jamón puede ir al baño en cualquier momento a meterse unas lonchas.
De vuelta a la mesa, vaya dando palmaditas en el cogote a distintos comensales, conseguirá así que más de uno se pinche la lengua con el tenedor. Incluso podrá conseguir buenas carcajadas haciendo caer sobre el plato el bisoñé del Gerente. Ya es Ud. más célebre, aunque le faltan varias cosas por hacer.
Cuando llegue la tarta al güisqui, pida además un flambeado con Cointreau. Use el mechero de la secretaria y queme algún mechón de su pelo con las llamas que derriten la tarta. Entonces adviértala, sonriendo siempre, que su tinte rubio es inflamable. Si ella sonríe también, trate de ligar. Si ve que no hay ninguna posibilidad, conságrese añadiendo que el amarillo de bote no hace juego con el vello negro de sus antebrazos.
¿Café o copa? Este es el momento cumbre de toda comida empresa. El alcohol y la pesada digestión empiezan a hacer mella en la lucidez de los comensales. Es ahora, precisamente, cuando su cabeza debe mantenerse fría, a pesar de la erección. Beba ostentosamente un buen vaso de gaseosa y eructe en la oreja más cercana. Marque así su territorio, su dominio. Pida un Faria, extraiga con naturalidad la pinza del buey de mar y utilícela como cortapuros. Moje el puro en la octava copa de coñac de su jefe sin miedo a que pueda enterarse. Tome un mondadientes y utilícelo con familiaridad para extraer el cerumen de su larga uña del dedo meñique. Limpie el palillo en el borde del plato.
Detectará, en esos instantes, un cierto ambiente de camaradería, impensable una hora antes. El gracioso de la empresa ha contado todos los chistes de Arévalo que sabe y se diría que no queda nada más por hacer. No es cierto. La última misión para Ud. será reventar el discurso del Director General. Una vez que éste haya tomado la palabra y con el pretexto de que no oye bien, arrastre su silla sin levantarse en dirección a la mesa presidencial, procurando hacer todo el ruido posible. Deténgase a cierta distancia, por si acaso, pero muéstrese relajado y con cara de guasa (puede desabrocharse el botón del pantalón o quitarse los zapatos). Si la intervención dura más de lo habitual, haga gestos de impaciencia a su alrededor, mire el reloj y utilice los codazos de complicidad. Cuando acabe la arenga y segundos antes de los aplausos, alce la voz y exclame: "¡Ya te vale, hijoputa!".
Es el momento de saludar desde el tercio y salir por piernas. Si ha sido previsor, en el vestíbulo del restaurante quítese el pasamontañas. En caso contrario, póngaselo y desvalije el Bemeuve del jefazo.

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